Con el inicio del Tiempo de Adviento, la Iglesia nos invita nuevamente a abrir el corazón a la esperanza, a la vigilancia y a la misión. Este tiempo litúrgico, marcado por la luz tenue que crece en medio de la espera, recuerda a cada bautizado que la llegada del Señor no es solo un acontecimiento del pasado, sino una presencia viva que transforma la historia y nos impulsa a salir al encuentro de los demás.
El Adviento es un tiempo profundamente misionero. Su espiritualidad nace de una certeza:
Dios viene, se acerca, camina hacia nosotros para salvarnos.
Y quien experimenta esa cercanía no puede guardársela; está llamado a anunciarla con la vida, con la palabra y con gestos concretos de amor.
En medio de los desafíos que viven nuestras comunidades —la violencia en los territorios, la falta de oportunidades para los jóvenes, la desigualdad social, el dolor de tantas familias—, las OMP de Colombia contemplan este Adviento como una oportunidad para encender pequeñas luces de esperanza misionera, especialmente allí donde la oscuridad parece más densa. Cada misionero, agente pastoral, consagrado y laico comprometido es un signo de esa luz que no se apaga.
Así como Juan el Bautista levantó la voz en el desierto para preparar el camino del Señor, hoy la Iglesia nos pide ser voz, presencia y consuelo en los desiertos contemporáneos: los de la soledad, la indiferencia, la pobreza y la fragmentación social. El anuncio del Evangelio no es un mensaje abstracto; es la buena noticia de un Dios que viene a acompañar, sanar y reconciliar.
Adviento también nos recuerda que la misión nace de la escucha: escuchar la Palabra, escuchar el clamor de los pueblos, escuchar los pasos del Señor que viene. Solo así podremos responder con creatividad y entrega a las necesidades reales de nuestras comunidades y a los desafíos misioneros del país.
En este adviento, las OMP de Colombia animan a toda la familia misionera a vivir el Adviento como un camino de discernimiento y compromiso:
Encendiendo la esperanza donde parece apagarse.
Acompañando con ternura a quienes más sufren.
Fortaleciendo los procesos pastorales y formativos.
Renovando la alegría de anunciar a Jesús, luz que viene al mundo.
Que este tiempo santo nos encuentre vigilantes, disponibles y con el corazón dispuesto para acoger al Emmanuel, el Dios-con-nosotros, que viene a habitar nuestras realidades y a enviarnos nuevamente como misioneros de esperanza entre los pueblos.










