Vicariato Apostólico de Puerto Leguízamo-Solano, del 9 al 13 de junio, los sacerdotes, acompañados por Monseñor Joaquín Humberto Pinzón Güiza, IMC, Vicario Apostólico de esta jurisdicción eclesial, se reunieron en la casa de retiros Nuestra Señora de las Mercedes, en la Diócesis de Garzón, para vivir sus ejercicios espirituales anuales. Este tiempo de oración y reflexión fue dirigido por el padre Samir de Jesús García Valencia, director nacional de las Obras Misionales Pontificias de Colombia y del Centro Nacional Misionero de la Conferencia Episcopal Colombiana.
El objetivo propuesto por el padre predicador para estos ejercicios espirituales fue: “contemplar el camino espiritual como una oportunidad de libertad que trae paz y felicidad, y nos lanza a la misión”. El desarrollo de esta propuesta partió del reconocimiento de la propia historia de vida y de su lectura desde la libertad, que es precisamente el modo como Dios desea que sus hijos vivan. Esta mirada al pasado fue iluminada por la historia de la salvación, descubriendo que cada biografía es también una historia sagrada.
Tras este primer momento de contemplación, se profundizó en el llamado a la conversión, entendida no simplemente como “cambio”, sino como una respuesta continua a la propuesta amorosa de Dios. Una conversión que no niega lo vivido, sino que lo acoge, lo redime y lo orienta hacia la plenitud, desde la verdad de lo que cada uno es, y con la fuerza liberadora del Evangelio.
Finalmente, se abordó la dimensión misionera, no como una actividad exterior separada de la historia personal, sino como su expresión más genuina. La misión implica salir de uno mismo, dejar seguridades, abrirse a la vida del otro y anunciar, desde la propia experiencia, el paso de Dios en nuestra historia. No se trata solo de ir lejos, sino de vivir en un estado permanente de salida interior, hacia el encuentro con los rostros concretos a quienes hemos sido enviados.
Esta semana de gracia fue, para el clero que sirve en esta Iglesia particular de la Amazonía colombiana, un tiempo de profunda renovación espiritual. Un llamado a seguir caminando, pese a las dificultades, con la certeza de que es Dios quien da el crecimiento y el fruto abundante a quienes permanecen en Él.
Como decía el Cardenal Van Thuan, la verdadera libertad cristiana es la capacidad de elegir a Dios por encima incluso de sus obras. A veces, el exceso de actividad nos desvía del centro. Por eso, ser conscientes del amor de Dios que nos ha alcanzado y nos sostiene, nos concede una libertad interior profunda: la libertad de quienes han sido amados y, por tanto, pueden amar; de quienes, con gratitud, eligen permanecer en Él, más allá de los resultados visibles o del reconocimiento humano.
La historia personal queda atrás, no como carga, sino como memoria redimida. Lo que permanece es la libertad para responder al llamado de Dios, no desde la obligación, sino desde el amor. Porque sólo quien se sabe amado es verdaderamente libre para dar fruto en abundancia.
Pbro. John Eduar ORJUELA LÓPEZ



